Sofía cerró la puerta que daba al jardín con suavidad, sacudiendo con discreción sus manos. Había estado cortando algunas flores marchitas, buscando despejar su mente, aunque en el fondo sabía que aquello no bastaba para calmar el nudo persistente en su estómago. Justo cuando subía los escalones hacia la entrada, el motor de un coche se oyó detenerse frente a la casa. No había entrado en el estacionamiento privado, aquello solo lo podía hacer Naven.
Una figura descendió del auto con elegancia, luciendo un vestido marfil que ondeaba con la brisa. Sofía se detuvo en seco. El rostro de la mujer ya fue reconocido por ella desde la distancia mientras Brenda Cortez iba acercándose.
—¡Sofía! —exclamó la recién llegada con una sonrisa encantadora, mientras caminaba hacia ella con los brazos abiertos—. ¿Cómo te va?
Sofía intentó corresponder al gesto, aunque sus músculos se tensaron sin permiso. Brenda la abrazó con naturalidad, como si no existiera ningún pasado incómodo entre ambas.
—No