El eco de las ruedas se deslizaba por el mármol con precisión quirúrgica. Naven avanzaba por el pasillo con una quietud que no pertenecía a ningún ser común. La silla de ruedas no lo hacía parecer menos dominante; al contrario, cada giro de las ruedas resonaba como una sentencia muda. Su espalda erguida, su perfil imperturbable. No necesitaba hablar. El peligro lo precedía como una sombra.
Sofía caminaba detrás de él, con pasos ligeros, casi temerosos. Sus manos recogidas sobre el vientre, la cabeza levemente inclinada. Después del gran error que había cometido de desafiarlo.
Los empleados, al notar su paso, se apartaban sin necesidad de que él los mirara. Nadie quería ser el objeto de su atención.
Las puertas dobles del despacho se abrieron antes de que él llegara, como si la casa misma supiera obedecer su presencia. La luz del interior era tenue, filtrada entre cortinas de terciopelo oscuro. Naven entró sin una pausa, sin mirar atrás.
Sofía lo siguió.
Y entonces, las puert