Sofía se encontraba sentada en el balcón del ala sur de la Residencia Fort. La brisa suave de media mañana jugaba con los cabellos sueltos que se habían escapado de su trenza, y en sus manos sostenía una taza de té que ya estaba casi fría. Ares y Doki dormían al pie del sillón, como centinelas que conocían bien los silencios de su dueña.
Desde allí podía ver parte del jardín trasero, la fuente, las rosas blancas que Naven había mandado plantar semanas atrás. Y aunque todo parecía en calma a su alrededor, en su interior se estaba librando una tormenta silenciosa.
Entonces nuevamente pensaba con el corazón agitado de como reacciona al ver a Naven allí, en el sofá o en cualquier otro lugar. Su sola presencia le había bastado para que algo en su pecho se reacomodara con violencia. No fue la sorpresa… ni siquiera la vergüenza de haber dormido tanto. Fue él. Solo él.
Y cuando la observó con esa mirada imperturbable y le dijo que solo esperaba que ella despertara… el mundo de Sofía se fractu