El cielo de Madrid se cubría con nubes opacas, presagiando tormenta. El aire estaba espeso, como si todo en la ciudad contuviera el aliento, sabiendo que algo estaba a punto de estallar.
Brenda Cortez había regresado a su departamento recién a esa hora después de su visita a la cabaña y ser rechazada por Naven, la mujer había tomado la decisión de amanecer en un bar, pero antes de que se acomode el Portero la llama.
—¿Sí?
—Hay alguien que desea verla —informó la seguridad del edificio.
—¿Quién?
—No lo dijo. Solo pidió que le anunciemos que “la señora Fort está aquí”.
Brenda se congeló.
El aire se volvió espeso. Su puño se cierra, pero una sonrisa peligrosa se vislumbra en su rostro. Entonces con una sonrisa de triunfo se dirige hasta la puerta.
Cuando la abrió, Sofía estaba allí.
Vestía un abrigo beige, su vientre ya notorio por los cuatro meses de gestación, el rostro sereno, pero con los ojos prendidos en fuego. No traía guardaespaldas. No traía a Catalina. Ni a Axel.
Solo a ella mi