El sol empieza a caer sobre Madrid, tiñendo de dorado las fachadas de los edificios. Las calles del centro, especialmente cerca de la Gran Vía, vibran con una energía única: el bullicio de la gente, las risas que salen de las terrazas, el murmullo constante de conversaciones en distintos idiomas.
El pavimento refleja la luz cálida, mientras los escaparates de las tiendas comienzan a encender sus luces. Un músico callejero toca una melodía de flamenco en una esquina, rodeado de curiosos. Más allá, en la Plaza Mayor, las farolas antiguas se iluminan poco a poco, creando una atmósfera mágica entre los arcos y los adoquines. En los barrios como Malasaña y Lavapiés, las calles son más estrechas, llenas de murales coloridos, bares alternativos y bicicletas apoyadas contra las paredes. Aquí, la vida va a otro ritmo: más relajado, pero igualmente vibrante. Y en todo momento, se respira ese aire castizo y cosmopolita que solo Madrid puede ofrecer. Pero en la Suite privada de uno de los hoteles más Lujosos de Madrid había frialdad y temor. — No quiero casarme Sofia — Expuso Catalina con una pizca de dolor y mucho temor en sus ojos. Catalina de la Cruz había sido elegida como la esposa de un hombre que catalogan como el hombre más cruel, egocéntrico, tirano de Alemania que reside en España por cuestiones Empresariales. Sofia Morgan la menor de los Herederos Morgan observaba a su mejor amiga desde el gran ventanal, podía sentir prácticamente que tan horrorizada estaba Catalina. — Si pudiera ayudarte ten por seguro que lo haría — La voz de Sofia se escuchaba muy baja. — Créeme que lo se Sof. Pero aquello es imposible cariño, no hay manera de que yo escape de este destino tan cruel que me ha tocado, creo que solo me queda resignación. — No entiendo como tus tíos han podido venderte como una mercancía. — No tener padres muchas veces conlleva a esto, tu mi pequeña Sofia tienes el amor de tus padres, de tus hermanos y tus hermosos sobrinos. — Catalina, he escuchado acerca de Harry Meyer, y es tal cual lo mencionas además es un hombre mayor. — Las cláusulas son una asquerosidad — Dijo Catalina sintiendo náuseas — Iniciando que debo de esperar aquí 24 horas. — Catalina, definitivamente si pudiera ayudarte lo haría. — Pero ya haces mucho al estar aquí Sofia. Además tu tienes un examen hoy, creo que es momento de que nos despidamos. — Si, es mi último examen antes de la Defensa de Tesis, pero ni bien termine el examen estaré aquí nuevamente. — No es necesario Sofia. Quizás después de tu examen deberías de hablar con tus padres ser feliz tú, yo no quiero ser una aguafiestas. — Claro que hablaré con mis padres también con mis hermanos y mis 3 sobrinos, pero tú eres un miembro más de la familia para mi, ellos tienen su vida, sus familias, yo estoy tratando de hacer lo mismo y tu eres como una hermana para mi así que, te veo después del examen. — Bien estaré esperándote aquí — Catalina se coloca de pie y abraza a Sofia qué segundos después abandona la Suite y se adentra en el ascensor. Sofía se quedó quieta frente al ascensor al salir. Las palabras de su amiga retumbaban en su cabeza, y la impotencia la carcomía. No podía permitir que Catalina fuera entregada como una ofrenda al mismísimo demonio. Justo en ese momento, escuchó una conversación entre dos empleados del hotel: — El señor Meyer llegará en unos minutos. Todo debe estar listo en la suite 701. — Nadie debe molestarlo. Ya sabes cómo es — Expuso uno de los Empleados con cautela. Sofía sintió que el corazón le latía con fuerza. ¿Estaba Harry Meyer en ese mismo hotel? La oportunidad era única, quizás inigualable. Sin pensarlo demasiado, presionó el botón del ascensor. Llegó al séptimo piso y caminó decidida por el pasillo alfombrado. Cuando se encontró frente a la puerta, respiró hondo y tocó. La puerta se abrió lentamente. Un hombre de traje oscuro le hizo una señal para que pasara sin decir palabra. Quizás Harry estaba esperando a alguien y la confunden con esa persona. La suite era aún más lujosa que la de Catalina. El aire olía a cuero caro y whisky añejo. Al fondo, sentado en un sillón giratorio, un hombre observaba por la ventana. La silueta era elegante, imponente. No podía verle el rostro. — Señor Meyer —dijo Sofía con voz temblorosa—. Sé que esto puede parecer una locura una falta de respeto absoluto, pero le suplico que no obligue a Catalina a casarse con usted. Ella no quiere hacerlo. Por favor… debe haber otra manera, usted quizás ya lo sabe, pero no es justo que unos familiares la vendan de tal manera a usted. El silencio fue espeso. Entonces, el hombre giró lentamente el sillón. Sofía se congeló. El rostro que la miraba no coincidía con ninguna de las fotos que había visto del temido Harry Meyer. Era más joven, más atractivo, pero con una mirada igual de afilada. El tipo de mirada que podía diseccionar el alma. — ¿Catalina? —repitió él, con una ceja alzada, como si probara el nombre en sus labios—. No tengo idea de quién es. Pero lo que me acabas de ofrecer suena… interesante. — ¿No es usted Harry Meyer? — No —respondió, sonriendo apenas—. Soy Naven Fort, y acabas de irrumpir en mi suite suplicando un favor. Sofía tragó saliva. — Lo lamento… fue un error… yo… — Nadie entra a mi suite y me suplica algo sin que yo decida el precio —interrumpió él con tono gélido. Sofía retrocedió un paso, asustada. — ¿Qué... qué quiere decir? Naven se levantó del sillón. Era más alto de lo que imaginó, y el poder que irradiaba era casi palpable. — Dijiste que tu amiga no quiere casarse con Meyer. Yo puedo evitarlo. Tengo influencias, recursos… y contacto directo con él. Sofía lo miró con esperanza y desconfianza. — ¿A cambio de qué? Él la miró directo a los ojos. — A cambio de que tú seas mi esposa. Justamente estaba buscando una para mantener un matrimonio de Contrato. Sofía se quedó inmóvil, como si el tiempo se hubiese detenido con aquellas palabras. —A cambio de que tú seas mi esposa. Sintió que le faltaba el aire. —¿Qué… qué está diciendo? —logró murmurar, con la voz temblorosa. Naven Fort dio unos pasos hacia ella. Su andar era elegante, sereno, como si no hubiese dicho nada fuera de lo común. —Has irrumpido en mi suite, has mencionado nombres y asuntos que no me incumben, pero que, curiosamente, puedo resolver. —Se detuvo a un paso de ella—. ¿No sería lógico pedir algo a cambio? Sofía retrocedió un poco, chocando con la mesa baja de cristal. —Yo… sólo quería ayudar a mi amiga. Pensé que era el señor Meyer. —No lo soy —replicó él, sin apartar la mirada—. Pero puedo ser algo peor… o algo mejor, dependiendo de cómo elijas mirar las cosas. Un escalofrío recorrió la espalda de Sofía. Sentía que había caído en una trampa, aunque él no la había colocado con malicia. Todo había sido su propio error. —No puedo casarme con un desconocido —dijo finalmente—. Ni siquiera sé quién es usted, ni qué quiere exactamente. —Te estoy ofreciendo un contrato. Claro, específico. Te casas conmigo. Yo detengo el matrimonio de Catalina con Meyer. —Se acercó un poco más, sus ojos eran difíciles de leer—. ¿Tú decides si quieres leerlo como un sacrificio o como una oportunidad? Sofía bajó la mirada. Su respiración se aceleraba, y su mente era un torbellino de pensamientos. ¿Estaba dispuesta a tanto? ¿A entregarse a un hombre que no conocía, que no mostraba ni una pizca de emoción en su voz, por salvar a Catalina? Pensó en su amiga, en su rostro angustiado, en las lágrimas que no dejaba ver del todo. En el miedo real que sentía. Pensó en el examen que tenía que rendir esa tarde, en su familia, en sus sobrinos que siempre le decían que ella era la más valiente. Entonces levantó la mirada. —¿Por qué yo? —preguntó con honestidad—. ¿Por qué ofrecerle matrimonio a una desconocida? Naven sonrió levemente. Una sonrisa apenas curvada, más enigmática que reconfortante. —¿Por qué no? No necesito amor, ni promesas eternas. Necesito un compromiso conveniente, discreto. Y tú… estás en deuda conmigo. Sofía apretó los labios. —¿Y si digo que no? Él se inclinó un poco, sin invadirla, pero lo suficiente para que sintiera la presión de su presencia. —Entonces, tu amiga será esposa de Meyer. Y créeme… él no es alguien a quien se le pueda rechazar más de una vez. La amenaza no fue violenta, pero fue suficiente para helarle la sangre. —¿Tengo tiempo para pensarlo? —susurró. Naven asintió. — Toda esta tarde. A las ocho de la noche, espero tu respuesta. Si no estás aquí… sabré que es un no, y el destino de tu amiga seguirá su curso. Después de todo no tengo nada que perder. Sofía asintió lentamente. —¿Puedo irme? —Claro, nadie te detiene mucho menos yo lo haría —dijo él, dándose la vuelta como si ya hubiese perdido el interés—. La puerta está abierta. Ella caminó hasta la salida. Antes de cruzar el umbral, se detuvo y volvió la vista atrás. Naven Fort ya no la miraba. Estaba nuevamente de espaldas, como si lo que acababa de ocurrir no tuviera la menor importancia para él. Pero Sofía… sabía que su vida acababa de cambiar o lo hará.