Aisha observaba el tiempo pasar desde el interior del vehículo cerrado. El calor la rodeaba como un abrazo incómodo, aumentando su ansiedad. Sanathiel aún no regresaba, y la reciente experiencia en la sala de castigo mantenía sus pensamientos en un constante torbellino. Dio un sorbo de agua y, sintiendo la necesidad de tomar aire, decidió bajar del auto.
El aire sofocante del exterior no alivió su inquietud. Apenas había cerrado la puerta cuando un hombre de traje negro se materializó frente a ella, como si hubiese salido de la nada.
—Es su turno, señorita.
Aisha lo miró con cautela. Su presencia era desconcertante, y aunque intuía que podría tratarse de una trampa, su necesidad de respuestas era más fuerte. Cuando él extendió la mano hacia ella, su instinto se activó; lo golpeó con fuerza en el rostro, pero el hombre se desintegró en cenizas ante sus ojos, dejando un dulce aroma en el aire.
—Aisha…
El susurro de su nombre la estremeció. Aquella voz le recordó a Rasen. Con la determina