A poca distancia, en la puerta número cuatro, el equipo liderado por Nikolái Velona, uno de los hijos mayores de la casa Velona, se preparaba para avanzar. Equipados con armas de alta tecnología y dispositivos de detección de movimiento, sus pasos resonaban como un eco de tensión contenida en las paredes rugosas del túnel. Nikolái, de mirada penetrante y palabras escasas, levantó la mano para detener al grupo.
—¡Estén atentos! —ordenó en voz baja, sus linternas LED iluminando el camino cubierto de musgo y humedad.
El frío y el olor metálico del túnel parecían devorar su determinación, pero no retrocederían. Un ruido sordo resonó a lo lejos, y el detector de movimiento de uno de los soldados comenzó a parpadear frenéticamente.
—Alguien viene — susurró uno de los hombres, tenso.
Nikolái señaló al equipo para tomar posiciones defensivas. Entonces, una figura tambaleante emergió de las sombras: Lionel, con su ropa empapada de sangre, los pasos vacilantes y el rostro al borde del colapso.
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