La oscuridad lo cubría todo. El sol no se alzó aquella mañana, y Sanathiel, con los ojos clavados en el horizonte, sintió el peso de la pérdida como un golpe en el pecho.
Varek había caído, y con él, la última barrera que separaba al mundo humano del caos absoluto.
—El día no llegará, —susurró, su voz un eco entre los suspiros de los Nevri a su alrededor.
Aullidos desgarradores rompieron el silencio. Bestias surgían de todas partes, criaturas descomunales con piel pegada a sus huesos y ojos rojos como brasas, mientras los chupasangres creados por la comunidad de los Trece se lanzaban sobre todo ser vivo a su alcance. Desde las sombras, Darían, el estratega detrás de la invasión, observaba con una sonrisa.
—Todo se lleva como se planeó. Fase final. —Su voz resonó, sus órdenes movilizando a las hordas.
El caos envolvía al mundo humano. Ciudades ardían, los gritos de los inocentes se entremezclaban con el rugido de las bestias. Sanathiel sabía que este era el fin, a menos que actuará.
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