Justo cuando creía que todo iba bien, sariel no escatimo en dejar que aquella lanza de punta metálica atravesase a Varek, dejándolo anonadado. Sin embargo, al pensar en lo peor, se arrancó el hierro que atravesaba su pecho con un movimiento brutal, su mirada fija en Sariel. La sangre manchó el suelo, pero su expresión no cambió. Su voz, cargada de una calma helada, resonó en la habitación:
—Este legado maldito de la familia es muy nuestro problema. Deja fuera a esa mujer Sariel.
Por un instante, Sariel titubeó. Sus ojos negros destellaron con un matiz incierto, pero la vacilación desapareció tan rápido como había llegado. Su mirada se detuvo en el camafeo que colgaba del cuello de Varek, el cual contenía la imagen de Aisha. Su sonrisa se ensanchó