Capitulo 30

Esa noche, William no pudo conciliar el sueño. La oscuridad de la mansión lo envolvía, pero su mente no dejaba de moverse en círculos. Se levantó en silencio y caminó hacia su despacho, donde encendió una vela. La flama titilaba, tan frágil, tan pequeña. La veía arder lentamente, como si el tiempo también se estuviera consumiendo junto con ella. El suave crepitar de la cera quemándose era lo único que lo acompañaba en la quietud de la noche.

Isabel, que había despertado por el ruido de la puerta, apareció en el umbral del despacho. Se acercó en silencio y, al verlo allí, se detuvo un momento, observando cómo se perdía en el resplandor de la vela.

—Solía hacer esto mucho en el pasado —dijo Isabel, rompiendo el silencio, con una leve sonrisa en el rostro—. A mi madre la volvía loca. No soportaba ver cómo pasaba horas observando la flama. Decía que me perdería en ella.

William no apartó la vista de la vela. La calma de la habitación era un contraste con lo que ocurría en su interior.

—¿Q
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