David se incorporó con elegancia y un gesto imperioso que llamó la atención de todos los presentes. El muelle entero parecía obedecerle: las voces se apagaron y las miradas se volvieron hacia la figura que ahora apuntaba a Caleb como si señalara la llegada de un nuevo capítulo.
—¡Muchachos! —anunció con voz fría—, este es Caleb. A partir de hoy, él toma las riendas de las rutas y la distribución. Lucio ya no está. Y quien no entienda la diferencia entre ordenar y obedecer, que se busque otro oficio.
Unos hombres se pusieron en pie, formando un semicírculo alrededor de la mesa. Había rostros curtidos por la vida en las calles; ojos que habían visto demasiadas traiciones; manos grandes, rápidas, acostumbradas al peso de cajas y a la presión del gatillo. David los fue presentando a medida que Caleb los miraba, midiendo cada nombre como quien aprende a reconocer las piezas de un ajedrez mortal:
—Éste es Santi “El Ruso” —dijo—. Lleva quince años en logística; nadie conoce mejor las rutas.