Las palabras de Milán causaron indignación al instante, alteraron los sentidos de Caleb y el celo de involucrar a su esposa en los negocios sucios. Dejando caer un golpe seco en la mesa con el puño, grito entre reclamos. —¡Estas loco! ¿Cómo puede siquiera pasar esa idea por tu maldita cabeza? —la indignación y la colera era desmedida, diciendo rápidamente—. ¿Dónde están los millones que pagas para que el cargamento continue sin etiqueta? ¿Acaso no son suficientes los millones que se desembolsan? —cuestionó cada acción que se hacía con regularidad.
El Turco intervino, observando que Milán no deseaba perder su cabeza en ese momento de escándalo en Caleb. —Cálmate Caleb. —dijo con premura y haciendo gestos con sus manos,
—¿Cómo demonios esperas que me calme? —le preguntó Caleb entre gritos y su mirada amenazante. —¡Es mi esposa! Ella jamás debió haber siquiera ser mencionada en este podrido lugar. —añadió con fastidio.
—Tienes toda la razón Caleb. —murmuró el Turco con una voz que incita