Por primera vez, Rous estaba entre los brazos de otro hombre. De un hombre que anhelaba el bienestar de la mujer que cargaba con el peso de la traición y la avaricia de su esposo, pero el hombre que comenzó a amar su cuerpo, a invadir cada célula de su piel excitada. Ese hombre también utilizo su nombre para su conveniencia.
Milán en el fondo sentía culpa, remordimiento, un deseo repentino por apartarse e intentar olvidar que comenzaba a rozar su piel con la esposa de su amigo y socio. Por lo que se detuvo de repente y bajando la mirada murmuró tapándose el rostro con su mano. —¡Lo siento, Rous! Esto no esta bien y lo sabía desde el principio.
Ella lo miró delicadamente, sintió la culpa en sus palabras. Sintió el arrepentimiento por traicionar a su amigo, entonces ella respondió tomándolo de las manos y sin desviar la mirada de su rostro visiblemente acongojado. —¡No tienes porque cargar con la culpa! —ella sonrió ligeramente al viento—. Soy yo la que lo deseo y la que debe asumir las