El muchacho tragó con fuerza, como quien intenta empujar una piedra por la garganta. Sus ojos buscaron en el rostro de Caleb una señal de piedad y hallaron, en cambio, la gravedad templada de un hombre que ya no tenía retorno. Respiró hondo y habló, cada palabra saliendo como un confesionario maldito.
—No fue por Rous —dijo al fin—. Al menos no del todo.
—¿Entonces qué fue? —Caleb apretó los labios; la sala pareció inclinarse hacia sus palabras.
El joven murmuró, bajando la vista: —David vio una oportunidad. Lucio crecía. Tenía talento, contactos, reputación entre la gente del muelle… Empezó a formar su propio poder. David teme eso. Los grandes no soportan segunditos con hambre de jefe. ¿Cuándo vieron que podía arrebatarle espacio en la mesa? Lo marcaron. David aprovechó la primera grieta: hizo correr la versión de que Lucio hablaba con el cartel contrario ¡Para que pareciera traición! Luego… se encargó de que dejara de ser problema.
Caleb dejó que la frase cayera en la habitación com