El destino parecía un chiste de mal gusto, acomodando todo a su antojo y de maneras en las que nadie podría llegar a comprender de manera eficaz.
Caleb en ese instante estaba conociendo a la persona que más adelante se convirtió en su mano derecha, en ese amigo y hermano con el que forjaron batallas y negocios. Solo que aún no lo sabía, solo que aún no estaba seguro siquiera si podría llegar a sobrevivir a los exigentes resultados de David, que acechaba con olor a peligro a quien se atreviera a pasar el limite establecido por sus propias reglas de no competencia entre la organización.
—¿Tu hijo? —le preguntó con un sentimiento ajeno.
El ruso sonrió levemente, pero notó la preocupación en el rostro de Caleb tras haber leído el documento. —¡Puedes marcharte Caleb! Me encargaré de los embarques y David no se enterar de esto. Seguramente Rous necesita tenerte a su lado en este momento de dolor para ella.
Caleb asintió levemente como no deseando dejar su responsabilidad en manos de quien e