Malakai salió del rancho antes de que el sol bañara completamente la pradera, decidido a encontrar al potro salvaje que se había escapado del picadero durante la noche. El aire era fresco, casi cristalino, y el rocío cubría la hierba como un manto de diminutas perlas, el ritmo firme de los cascos resonaba en la tierra húmeda mientras Malakai, sintiéndose libre y en sintonía con la naturaleza, inhalaba profundamente el aroma a pasto mojado y tierra fértil. Cada latido de su corazón parecía acompasarse con el canto de las aves y el susurro del viento entre los árboles.
Mientras tanto, en la mansión, Natalie despertó abruptamente, gracias a una punzada aguda que atravesó su abdomen, robándole el aliento, por un instante pensó que tal vez era solo el eco de la pasión vivida con Malakai la noche anterior, pero el dolor no tardó en intensificarse, volviéndose rítmico, profundo y punzante y fue cuando la castaña comprendió que no era un simple malestar muscular, sino el inicio del trabajo de