Incluso desde la distancia, Malakai supo con certeza que quienes huían entre las sombras del bosque eran humanos. Sin embargo, aquel dato era irrelevante, apenas una mota de polvo en la tormenta de su furia. No le importaba la procedencia de aquellas figuras porque lo único que palpitaba en su interior era el ineludible mandato de proteger a su descendencia.
Dejó que el lobo que habitaba en sus entrañas emergiera sin restricciones, aullando a la luna su rabia desbordada, un canto sanguinario que otorgaba permiso a los demás vaqueros para liberar también a sus lobos internos. Las apariencias ya no importaban; no había vuelta atrás, porque ninguna de esas personas viviría lo suficiente como para contar lo que ocurriría esa noche bajo la luna de Red Moon, pues habían sellado su destino en el instante en que se atrevieron a tocar lo que era sagrado para él, sus hijos.
Sus pequeños cachorros lo guiaban a través de su llanto, sus músculos se estiraban y encogían a medida que la carrera avan