XXXIV Los errores

Los cuatro hombres, liderados por Mad, y que usaban sus mejores atuendos para la ocasión, fueron guiados hasta el comedor por una joven sirvienta.

—Tomen asiento, por favor. El señor Markel vendrá enseguida.

Mad fue el primero en sentarse, de frente a la arcada que era la entrada al comedor y con un muro a su espalda. Esperaba que el pasillo a su izquierda los guiara a una salida si algo salía mal. Más mal de lo que ya iba todo.

—Me siento como si estuviera desnudo —murmuró Toro, sentándose a su lado.

Los guardias de la entrada los habían revisado. Las armas tuvieron que quedarse ocultas en la camioneta.

—Y todo por querer hacer tu buena acción del día.

—Relájate ya, Toro. Tal vez Markel quiera premiarnos por haber salvado a su hijo —convino Mao, sentado frente a él.

—Si yo tuviera un hijo como ese, lo preferiría varios metros bajo tierra. Lo que va a hacer es matarnos por fastidiarlo, envenenándonos con la comida —agregó Turin.

—Yo no probaré bocado. Diré que tengo indigestión—a
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