—¡¿Por qué debo tener una niñera?! ¡No soy un niño!
—Es por el bien de todos, Pedro. No quiero que pase algo parecido a lo que ocurrió la última vez que te quedaste sin supervisión.
Pese a los berrinches de su hermano, la señora Jacinta llegó para cuidarlo y evitar que volviera a quemar la casa. Alfonso pasó por ella a la hora acordada y juntos partieron a la casa de la suegra.
Como era de esperarse para una cena familiar, el atuendo de Úrsula rebosaba sobriedad, un vestido elegante, amarillo mostaza y a la medida. Sin mangas y con un escote tipo barco, ajustado en los hombros, que dejaba al descubierto sus clavículas, lucía encantadora.
Siendo conservador, se veía perfecta para presentársela a una madre también conservadora y dejarla satisfecha, eso pensaba Alfonso. Úrsula sabía que nada borraría de la mente de la mujer la primera imagen que tenía de ella, en el sillón de la oficina y con su hijo entre las piernas, pero se esforzaría.
—¿Estás nerviosa?
—No.
—Mi madre puede ser agot