De vuelta a la casa, sus tacones resuenan con rapidez. En un momento de euforia por escapar, tropieza y cae al piso.
Hoy ha sido muy torpe.
Intento cogerla para levantarla, pero me rechaza de un manotazo.
—¡Vete a la mierda! —sus ojos me miran, llenos de lágrimas.
La tomo por el cuello y la dejo caer de nuevo. Presiono su vientre con una pierna.
—¿Te sientes libre porque te irás mañana? —su pecho sube y baja con rapidez. Mi cabello cae sobre la frente, húmedo por el sudor. La adrenalina hierve.
Ambos estamos furiosos.
—Me haces daño... —gime, arrugando el entrecejo.
—Te haré más si no te comportas. Puedo devolverte a tu padre o dejarte aquí toda tu vida. ¿Quién me lo impedirá? ¿Ese inútil?
Sus ojos se aclaran.
—No soporto un segundo más a tu lado. Es más fácil el infierno— grita llorando.
—No juegues conmigo, pequeña coneja... Puedo ser peor que el demonio.
—Eres horrible... te odio tanto... —escupe con asco.
Sus manos están sobre su cabeza, su cuello en mi mano, mi pierna oprimiendo