—¡Dante... por Dios! Quédate como te estoy dejando —suspiro harta.
—¿No deseas que esté erecto? —me lanza una mirada coqueta y entrecierro los ojos.
—¿Quieres que exponga tu pene al mundo? ¿Te has vuelto loco? —sonrío.
—¿Te pone celosa eso? —me lamo los labios, humedeciéndolos apenas.
—Sí, me pone muy celosa —ríe con descaro y me lanza un beso al aire.
Él está sentado en una silla, relajado, con una pierna estirada y la otra flexionada. Su mano izquierda sostiene su cabeza, mientras la derecha cuelga. Lleva calzoncillos; quería que estuviera completamente desnudo, pero sí... sentí celos.
Le despeiné el cabello y le rocié algunas gotas de agua. Mientras lo hacía, me miraba tan profundo que me ponía nerviosa.
Llevaba un vestido ajustado a mi cuerpo, sin lazos ni adornos, completamente liso, que llegaba hasta mis tobillos. Me gustaba porque me hacía linda figura, y quería que él me viera hermosa antes de partir. El cabello en una cola despeinada, la pulsera que no podía quitarme jamás y