Arrastrada al infierno.
Llamo a Dante y el teléfono suena.
Estoy nerviosa. No sé cómo mentirle... pero lo haré sin dudar.
—Mi muñeca. —El corazón se me acelera apenas lo oigo llamarme así.
Tiene esa maldita habilidad de sonar romántico justo cuando voy a hacer algo que no le conviene.
—Ah... ¿crees que puedes quedarte con los niños esta noche también? —La mano me tiembla... y todo el cuerpo también.
Se aclara la garganta, relajado, y responde enseguida:
—Claro. ¿Tienes planes?
—N-no... es... es para terminar los cuadros que estoy pintando. Ya sabes, tenerlos a ambos es mucho trabajo. Ahora que quieren caminar, no se quedan tranquilos como antes.
—No te preocupes. Me gusta estar con ellos. Tómate tu tiempo para pintar.
—G-gracias. ¿Y qué hacen ahora?
—Estábamos coloreando hace unos minutos. Ahora están viendo algo con papá... por eso están tan calladitos.
—Ah, jajajaja... no los dejes ver tantas caricaturas.
—No te preocupes, no estamos viendo caricaturas ahora.
—Bueno... te dejo. Te llamo más tarde para darl