Adrián.
Estaba exhausto. Anhelaba, más que nunca, un instante de paz.
Fui directo a mi habitación y me serví un vaso de whisky, el único refugio inmediato para calmar el desasosiego. Durante la última semana, Romina se había tornado insoportable, insistente, consumida por sus inseguridades. No aceptaba mi decisión y su obstinación crecía día tras día. Sabía lo peligrosa que podía ser si decidía volverse letal, por eso debía actuar con cautela.
Me tumbé en la cama con un suspiro y di un sorbo a mi bebida. Mientras procuraba calmarme, el rostro de Victoria irrumpió en mi mente… y con él, el recuerdo del día en que nos despedimos.