Capítulo 40 — Entre mármoles y murmullos
Antes de que la luz del amanecer bañara del todo su habitación, Virginia ya estaba despierta. La claridad se filtraba entre las cortinas, pintando con un resplandor suave los muebles, el tocador y el ramo de rosas y tulipanes que descansaba aún fresco junto a su cama. En la bandeja que Amanda había dejado sobre la mesita, además de una taza de leche tibia, se encontraba una nota cuidadosamente doblada.
La caligrafía, alegre y redondeada, no podía ser de otra persona:
Las visitas de ayer nos han dejado agotadas.
Tengo mucho que contarte.
Con cariño,
Charlotte.
Virginia sonrió. Recordó la expresión vivaz de su amiga durante el baile, su risa, su entusiasmo al hablar de los carnés de danza repletos de nombres. “Charlotte nunca descansa ni siquiera después de un baile”, pensó divertida.
Antes de que Amanda irrumpiera para comenzar su ritual matutino de peinados y corsés, Virginia se sentó en su tocador, desplegó una hoja de papel fino y escribi