Capítulo 39 — El lenguaje de las flores

La luz de la mañana se filtraba suavemente entre las pesadas cortinas de la habitación de Virginia, tiñendo el aire de un dorado pálido. La casa permanecía en un silencio sereno, apenas interrumpido por el canto de los gorriones que anidaban en los balcones. La joven dormía profundamente, aún envuelta en la nube de emociones que la noche anterior había dejado en su corazón.

El baile inaugural había sido todo lo que nunca se atrevió a imaginar: deslumbrante, agitado, lleno de miradas, de murmullos y de música. Y, sobre todo, había sido el escenario de su primer vals con el marqués de Northfolk. Aquella danza seguía repitiéndose en su mente, una y otra vez, como si el compás siguiera resonando en el aire. Cada giro, cada palabra, cada roce leve de sus manos... Todo parecía tan vívido que, por momentos, dudaba de que hubiera sido real.

No recordaba el momento exacto en que había regresado a la residencia del conde. Solo recordaba el cansancio y el