Sus ojos brillaban, húmedos de furia.—Hace unos minutos, ni siquiera pudiste marcarme —susurró, como si lo dijera solo para sí misma—. Porque ella… está aquí. En la misma manada. Y tu lobo ya no puede reclamar a otra.Gregor apretó los puños.—¡Eres una tonta! ¡Acaso no viste como la traté por ti! —rugió señalando hacia la puerta—. ¿Cómo no puedes ver que te amo? ¿Cómo no entiendes que si no puedo reclamarte como mi luna, preferiría arrancarme los malditos colmillos?Elyria tembló. No de miedo. De impotencia.Gregor se giró y comenzó a caminar, resoplando como un animal herido.Desde el umbral de la puerta destrozada, se detuvo, sin voltearse.—Esperaré en mi despacho hasta que te calmes.Al llegar al despacho, Gregor, encontró a Ewan de pie junto al ventanal, ansioso, inquieto, con la mirada fija en la puerta como si hubiese estado esperando una explosión.—¿Qué fue eso? —disparó en cuanto Gregor entró y cerró con un portazo—. Pude sentirlo por nuestra conexión. Tu lobo… estaba con
Esa mañana, Elyria fingía dormir. Mantenía los ojos cerrados con esfuerzo mientras sentía los labios cálidos de Gregor posarse con dulzura sobre su mejilla.—Mi luna… deja de estar enojada, te juro que pronto todo se resolverá —le susurró él, acariciando con ternura sus mechones desordenados.Elyria contuvo el aliento. El corazón le dio un vuelco, pero no abrió los ojos. Gregor la observó en silencio, sabiendo claramente que no dormía, pero sonrió al verla tan serena.—Eres una celosita incorregible —le susurró con picardía, rozándole la nariz con la yema del dedo en un gesto provocador, pero tierno—. Saldré unas horas… pero regresaré con respuestas para ti —añadió, rozando su frente con sus labios antes de alejarse.Cuando sus pasos se desvanecieron, Elyria se incorporó lentamente, sentándose en la cama. Miró el umbral sin puerta, vacío ahora, y sonrió débilmente. Su pecho se apretaba, pero también se llenaba de calor. Aunque todo era confusión, aunque cada caricia dolía más de lo
—¡Cállate ya, loba infeliz! —bramó Elyria, poniéndose de pie con tal fuerza que la silla rechinó contra el suelo.Su voz retumbó en el comedor. Aunque no podía proyectar su loba, la fuerza de su carácter, su energía, su esencia de alfa suprema se impuso en el ambiente. Hasta Lynn levantó la cabeza, sobresaltada, y Kenna bajó ligeramente la mirada.Elyria se acercó unos pasos a la beta, con el rostro encendido por la rabia.—No tienes idea de lo que he sacrificado, de las noches que he pasado sin dormir, de las heridas que no sanan —le dijo entre dientes—. Si soy un peligro es porque me han convertido en uno. Y si Gregor tiene que elegirme… es porque sabe que, aunque no lo entiendas, yo sí soy su luna.Kenna se quedó sin palabras.Elyria se dio la vuelta, furiosa.—Prefiero ser el mayor de sus problemas… que una confusión más en su vida.Pero antes de que pudiera irse, Lynn se levantó lentamente y caminó hacia ella. —Sé que antes permití que Mairen me manipulase —dijo con voz apagada
Al día siguiente:Desde que llegó de su viaje, Gregor se dirigió hacia la base militar de su manada, pero apenas llevaba media hora revisando informes cuando la impaciencia empezó a carcomerle la espalda. «Un día sin ver a Elyria me pareció una eternidad… Ojalá ya no siga tan enojada», pensó Gregor, incapaz de fijar la mente en ningún otro asunto.Desde la puerta del despacho, los oficiales seguían enumerando patrullas, víveres y rondas de guardia, como si no existiera nada más urgente en el mundo.—Bien— interrumpió Gregor al fin, cerrando de golpe la carpeta—. Si la manada sigue en paz, terminen los reportes con Ewan. —Le dio una palmada al beta sobre el hombro. —Él tiene vocación de confesor.Ewan se señaló a sí mismo con los ojos muy abiertos.—Alfa, deje de endilgarme su trabajo —bufó, mientras Gregor escapaba del despacho con una sonrisa ladeada. Tras él, su padre soltó una carcajada ronca.—Ese beta tuyo tiene una paciencia digna de santo —bromeó el viejo alfa.Los dos siguier
El aire se tensó cuando la camioneta negra, que rodaba lentamente por la calle principal de la manada, dejó de rugir. El aura del alfa supremo se extendió como una ola eléctrica y, de inmediato, los lobos que patrullaban los alrededores se fueron acercando, instintivamente atraídos hacia la cabaña de Gregor. Uno a uno bajaron la cabeza, y los que se encontraban transformados pegaron el hocico al suelo, mostrando sumisión sin que se lo pidieran.La puerta del vehículo se abrió y Ethan descendió primero, sujetando la mano de su luna suprema, Cloe. La pareja irradiaba poder: él, con la mirada acerada; ella, con una calma casi etérea que obligaba a cualquiera a replegar las orejas. Tras ellos, los trillizos —hermanos de Elyria— y Thalia, la hechicera que habían criado como hija, se desmontaron en silencio.Gregor, que salió de su cabaña, metió los pulgares en el cinturón para que nadie sospechara la tensión que le apretaba el pecho, e inclinó la cabeza.—Alfa supremo —saludó, clavand
Cloe asintió, cerrando los párpados. Un resplandor suave comenzó a palpitar en torno a sus dedos.—Silencio —pidió.Los lobos contuvieron el aliento. La luz que emitía la luna llena se filtró entre las ramas, bañando a Cloe en plata. Sus labios se movieron sin emitir sonido; buscaba el cordón espiritual que la unía a su hija. De pronto, sus ojos se abrieron.—La siento… al sur‑este, cerca del límite con las montañas negras —susurró—. Está herida… no gravemente, pero débil. Y… adormecida por un sedante.Gregor dio un paso adelante.—Entonces no hay tiempo —dijo, mirando a Ethan—. Déjeme guiar la partida de rescate.—Quédate con tu manada, Gregor. A nuestra hija la buscamos nosotros.—Ethan, ya basta —intervino Cloe, posando su mano sobre la de él con una firmeza delicada—. Gregor vendrá con nosotros; su vínculo con Elyria puede ayudar.El alfa supremo tensó la mandíbula. —Bien —concedió—. Pero escucha, Gregor: solo vienes porque mi luna lo exige. Cuando esto acabe, tú y yo aclararemos
Ronald se acuclilló sobre Elyria, dejando que sus colmillos salieran, largos y afilados. Elyria contuvo un espasmo de asco cuando la lengua rasposa de Ronald recorrió su cuello, buscando el punto exacto para marcarla. Un chasquido metálico llamó la atención de Ronald, pero le restó importancia sin imaginarse que los brazaletes de Elyria se habían roto en ese momento. De pronto, unas garras se hundieron en el pecho de Ronald. Quien gimió, retrocediendo unos centímetros; y el dolor brilló en sus pupilas.—¡Tú no eres mi compañero! Nunca lo fuiste —gruñó Elyria, con la voz densa de su loba—. Hueles… a carroña.—¿C-cómo…? —Ronald se echó hacia atrás, horrorizado al ver la sangre empapar su camisa.Elyria forzó una sonrisa. Apenas había logrado transformar una mano; ya que su poder estaba lejos del cien por ciento, pero le bastaba con haberlo herido.Ronald, tambaleante, miraba con asombro los brazaletes despedazados junto a su presa. El miedo surcó su rostro, aunque la codicia lo man
Sin decir una palabra, Cloe levantó los brazos y, con un gesto suave, pero poderoso, invocó su divinidad. Un resplandor etéreo brotó de sus manos, creando hebras plateadas que se entrelazaron formando un domo translúcido que descendió como un escudo entre Elyria y el mundo exterior.Gregor fue empujado hacia atrás por una fuerza invisible, quedando fuera, apenas de pie, mientras observaba impotente cómo su luna, la mujer por la que daría su vida sin pensarlo, quedaba encerrada en aquel confinamiento mágico.Elyria que se había puesto de pie, cayó de rodillas dentro de la barrera, con el rostro entre las manos, ahogada por la culpa y el miedo. Y por más que trataba de reprimirlo, su poder seguía rugiendo dentro de ella como una bestia salvaje que exigía libertad.—Escúchame —susurró Cloe, apoyando la frente contra la de su hija—. Respira conmigo. Siente mi pulso, y siente el de tu padre. Deja que la luz se compacte dentro de ti; no luches contra ella, abrázala.Elyria cerró los ojos.