El amanecer se filtró a través de la cortina de agua de la cascada, no como una luz brillante, sino como un resplandor lechoso y difuso que llenaba la cueva de un gris melancólico. Con la luz llegó la plena conciencia del dolor. La adrenalina de la noche anterior se había desvanecido por completo y había dejado en su lugar un inventario detallado de cada corte, cada contusión y cada músculo desgarrado.
Me desperté de un sueño superficial y febril con un gemido ahogado. Mi tobillo era una masa de dolor punzante y mi cuerpo entero se sentía como si hubiera sido apaleado. A mi lado, Ashen ya estaba despierto. Estaba sentado con la espalda contra la pared de roca, inmóvil como una estatua, pero pude ver la tensión en sus hombros y la forma cuidadosa en que sostenía su brazo herido. La venda improvisada que le había hecho estaba manchada de sangre seca.
El silencio entre nosotros era profundo, pero no incómodo. Era el silencio de dos soldados que han sobrevivido a una batalla imposible y a