"Tu entrenamiento ha terminado. Ahora empieza la guerra".
Las palabras de Ashen no fueron un final, sino un comienzo. El eco de su declaración resonó en la cueva, no como una amenaza, sino como un permiso. El permiso para dejar de ser la loba que se esconde y volver a ser la reina que reclama su trono. La revelación sobre el miedo de Rheon no me había traído paz, sino una claridad helada. El odio seguía allí, pero ya no era un fuego incontrolado; ahora era el filo de un bisturí, frío, preciso y listo para cortar.
"Su miedo", la voz de Nera en mi mente ya no era un rugido, sino un siseo depredador y satisfecho. "Podemos usar su miedo como una soga alrededor de su cuello. Podemos tirar de ella, lentamente, y ver cómo se ahoga en su propia debilidad".
Nuestra unidad era total. La estratega y la bestia finalmente miraban en la misma dirección, con el mismo objetivo.
Pero la guerra no comenzó al día siguiente.
El tiempo, en nuestro santuario aislado, comenzó a fluir de una manera diferente