El alba llegó como una promesa gris y helada. No había dormido. Cada ola de presión en mi vientre había sido un metrónomo macabro, marcando el tiempo que me quedaba. La decisión, tomada en la penumbra de la noche anterior, se sentía ahora sólida y pesada en mi pecho.
Una caza más.
La última como dos.
La primera como manada.
El aire frío me golpeó como un muro al salir de la cueva, y un temblor incontrolable recorrió mi cuerpo. No era solo por el frío. Era miedo. Mi cuerpo se sentía pesado, como una embarcación torpe y sobrecargada a punto de zarpar hacia una tormenta. Cada paso era un esfuerzo consciente, era un acto de voluntad contra la protesta de mis músculos y el peso de mi vientre.
"¿Estás segura de esto, Naira?", la voz de Nera en mi mente, que la noche anterior había sido tan decidida, ahora estaba teñida de una nueva ansiedad. "El cuerpo está débil. Pesado. Un mal paso en la nieve, una caída sobre el hielo… y todo habrá terminado".
"El hambre es una amenaza más segura que una