Han pasado cinco días desde el juramento de Faelan. Cinco días de una calma tensa, como el silencio que precede a la ruptura de una presa. Cada amanecer era una decepción, una espera infructuosa de noticias. Mi paciencia, un recurso que nunca había poseído en abundancia, se estaba desgastando hasta convertirse en un hilo fino y quebradizo, y ni se diga la de mi loba interior.
Pasaba las horas atrapada en mi papel de Luna en recuperación, moviéndome por el clan con una gracia serena que era una mentira, cada sonrisa era calculada y cada saludo representaba una evaluación del terreno. Por dentro, mi loba y yo éramos un depredador enjaulado, caminando en círculos, esperando el momento de saltar. Así que mantenerla calmada, por el bien de los cachorros, era parte de mis tareas. Sumándole otra capa de agotamiento a, de por sí, agotadora posición.
Encontré refugio en la cabaña de Aneira. Se había convertido en nuestro verdadero cuartel general, el único lugar donde podía bajar la guardia.