Un gruñido sordo escapó del pecho de Dorian y me devolvió a la realidad. — ¿La estaba confrontando? ¿Desterrándola? — todos en la sala prefirieron ignorar la certeza con la que hablé y se concentraron en las palabras del guerrero.
Faelan negó lentamente con la cabeza, sus ojos estaban llenos de una terrible comprensión. — No. No era una confrontación. Hablaban en voz baja. Demasiado cerca. No pude oír las palabras, pero no era una pelea. — me miró fijamente. — Mi Luna lo sabía, ¿verdad? — noté como la rabia crecía en su interior.
— Sí, Faelan. — admití con tristeza. — Por eso no tocamos el tema con Rheon cerca. —
Un silencio pesado, más denso que el humo, llenó la pequeña cabaña. El crepitar de las llamas en la chimenea parecía haberse ahogado, temeroso de perturbar la quietud mortal que se había instalado. Aneira dejó escapar un suspiro que sonó como si se le rompiera algo por dentro, y vi cómo sus manos, siempre tan firmes al moler hierbas o vendar heridas, temblaban ligeramente. Do