Salí de la cabaña de Layla sintiendo que caminaba sobre un suelo que ya no era firme. El mundo exterior, con sus sonidos familiares del clan y el viento susurrando entre los árboles, me parecía ahora el decorado de una obra cuyo guion se había reescrito sin mi permiso. La venganza había sido mi estrella polar, una luz fría y única en la oscuridad de mi segunda vida. Ahora, el cielo se había llenado de constelaciones extrañas y profecías que no sabía cómo leer. La duda era un veneno, y la soledad, el cáliz que lo contenía.
Sola.
La palabra resonó en mi mente, pero esta vez, fue rebatida por una nueva urgencia. El terror de enfrentarme a este destino desconocido era inmenso, pero la idea de hacerlo sin mis únicos anclajes a la realidad era impensable. No, no estaba sola. Tenía una sanadora cuya lealtad era tan profunda como las raíces de los robles y un hermano de armas cuya espada era una extensión de su corazón. La carga era demasiado pesada para una sola loba. Compartirla ya no era u