Rheon venía directo a mi garganta.
Lo vi todo a la vez, en capas.
Primero, el cuerpo del hombre que conocí alzándose en el salto: hombros anchos, músculos entrenados, la silueta que un día había sido refugio y ahora era amenaza. Luego, el estallido del lobo bajo su piel: huesos que crujieron al cambiar, su pelaje oscuro cubriéndole los brazos, sus manos que se abrieron en garras, sus colmillos alargándose con una rapidez que habría sido hermosa si no viniera cargada de odio.
Mi cuerpo recordó otra escena.
La primera vez que saltó así hacia mí, en el círculo de entrenamiento, años atrás. Entonces sus ojos ardían de orgullo y reto, no de rabia. Entonces yo había girado en el aire, riendo, segura de que jamás permitiría que esos colmillos se acercaran a mi cuello con intención de matarme.
Ahora venía por lo mismo. Pero no era el mismo lobo. Ni yo era la misma Luna.
No tuve tiempo de pensar “¿me transformo o no?”. Mi loba respondió antes que la mente.
No hubo un crujido dramático. No lo s