—Diosaaaa… —susurró Hecate, burlona—. Si estás mirando, mira cómo acabo con tu juguete.
—Te escucha —respondí, alzando la mano hacia la luz fría—. Pero no como tú crees.
No esperé respuesta.
Corrí.
No hacia la bruja.
No hacia Rheon.
Hacia la criatura.
Sentí cómo varios corazones daban un vuelco. Escuché a alguien—¿mi madre?—murmurar mi nombre con un filo de pánico. El humo en el suelo intentó enredarse en mis tobillos, pero la luz plateada chispeó alrededor de mis pies, quemándolo como si fueran telas viejas.
Ashen se movió al mismo tiempo.
Soltó la pata que estaba inmovilizando y se desplazó hacia el lado opuesto, forzando al monstruo a girar un poco para mantenerlo a la vista. Esa media vuelta dejó expuesto el costado del cuello, una zona donde el pelaje pegajoso era más delgado, donde la carne era visible, grisácea, tan antinatural como el resto.
Salté.
No fue un salto perfecto.
Mis músculos estaban cansados, el cuerpo cargado, pero el impulso fue suficiente para llevarme hasta don