—Esto no es solo tu juicio —dije, con voz ronca—. Es el mío también
Entonces, estiré mi mano en forma humana y clavé los dedos en su pecho. No en su carne, sino en lo que había por debajo.
Fue como hundir la mano en agua sucia helada. La sombra intentó subir por mi brazo, arañando desde dentro, buscando un lugar donde anclarse. La marca en mi pecho respondió con un latigazo de luz que me atravesó, obligando a la oscuridad a retroceder.
Rheon gritó. No sé si de dolor físico o porque, por primera vez, estaba sintiendo exactamente cuánto había entregado de sí mismo.
—Mira lo que hiciste —jadeé con una mezcla de rabia y decepción—. Mira lo que dejaste entrar.
Le mostré, no con imágenes nítidas, sino con sensaciones: las criaturas patrullando en lugar de lobos, los cachorros teniendo pesadillas con sombras, Aneira apartada de su sitio, jóvenes con marcas que no entendían, el olor a miedo impregnando el territorio.
El cordón tembló de nuevo y, durante un latido, pareció aflojarse. Hecate lo