El aullido de Ashen se apagó en la distancia, pero el eco se quedó clavado en el pecho del clan.
Nadie se movió durante un parpadeo eterno. Después, todo ocurrió a la vez.
—¡Perímetro este! —rugió Rheon, la voz cargada más de rabia que de liderazgo—. ¡Quiero a todos los guardias de la segunda línea ahí, ahora!
La orden se extendió como un latigazo. Varios lobos de la periferia reaccionaron de inmediato, tensando músculos, girando hacia el este. Algunos se lanzaron a la carrera sin esperar más detalles. Otros, en cambio, dudaron apenas un segundo, como si sus instintos les gritaran que no tenían claro quién era realmente el enemigo.
Yo me quedé donde estaba.
No necesitaba preguntarme quién había emitido ese aullido. Lo reconocí en el hueso. No por el tono —que era diferente al de los entrenamientos, más grave, más rasgado—, sino por lo que cargaba: una mezcla precisa de desafío y cálculo.
Ashen no aullaba por impulso. Aullaba cuando quería que todo se moviera.
Y se estaba moviendo.
Vi