El amanecer aún no había tocado la entrada de la cueva cuando abrí los ojos. No había dormido más después del sueño… porque sabía que no había sido realmente un sueño. La Diosa nunca hablaba en vano, y aquella visión —mi madre agotada, mis cachorros rodeados de luz, la sombra mordiendo la luna— seguía tan viva en mi mente que podía sentirla impregnada en mi piel.
Ashen seguía despierto, sentado cerca de la entrada, la espalda recta, la mirada encendida por la luz tenue del exterior. No había descansado en absoluto. Lo sabía por la rigidez de su cuerpo, por la forma en que sus dedos rozaban el suelo como si esperaran el más mínimo temblor para atacar.
Dorian, por su parte, había dormido un par de horas más. Ahora se encontraba sentado, apoyado contra la pared con los brazos cruzados, observando a Ashen… y observándome a mí.
La tensión entre ellos había cambiado. Seguía allí, pero diferente. Más contenida. Más madura. Era como si la criatura que enfrentaron juntos hubiera construido un