Hyeon miro por la ventana pero no vio nada en la calle, Olía algo, el mismo aroma de ese tipo en la cafetería, se sentó con el corazón golpeándole tan fuerte que sentía que le dolía el pecho por días. Se apoyó con la frente contra el respaldo del sofá y respiró agitadamente. Sentía que todo su cuerpo ardía, que su alma chocaba contra una pared invisible y cruel.
Ren lo miraba desde el pequeño sofá, inquieto, mientras frotaba sus manos con nerviosismo.
—Hyeon… —murmuró.
—No… no… —Hyeon apretó los ojos con fuerza, intentando ordenar su mente, sus recuerdos, su rabia—. ¿Por qué tuvo que regresar ahora? Apenas estaba organizando mi vida, intentando protegerte de tus padres… y ahora él aparece. Ese Omega lunático…
Sus hombros se sacudirían con cada respiración. Ren se arrodilló frente a él y le sostuvo el rostro con ambas manos.
—Mírame —susurró—. Estoy aquí. Estoy contigo. Ese tipo de él padrino de mi boda con el hijo de los Han. Por eso parecía conocerme y me habló extraño. Estaba en la