Esa noche, al regresar a su apartamento, Ren lloró pensó que tal vez no volvería a ver a Hyeon.
Una semana después, la tarde había sido pesada. Ren intentaba concentrarse en el profesor que dictaba Economía Internacional, pero su mente solo estaba llena de fórmulas que se mezclaban con imágenes de Hyeon. Desde que sus padres lo habían separado de él y le quitaron y prohibieron el celular, sintió un hueco. Ahora lo vigilaban con discreción; siempre había alguien siguiéndolo en la universidad o esperándolo fuera de su edificio.
Ese día, mientras cerraba su cuaderno y guardaba sus cosas, sintió un perfume familiar acercarse por detrás. Su corazón dio un vuelo.
—Ren… —la voz grave, suave y cargada de cansancio le erizó la piel.
Se giró de golpe. Allí estaba. Hyeon llevaba una chaqueta negra ligera sobre su uniforme universitario, y el cabello rojo caía rebelde sobre sus ojos. Parecía más maduro, más rudo, y al mismo tiempo igual de dolorosamente hermoso como siempre.
—Q-qué haces aquí? —p