La oficina estaba vacía, el silencio apenas roto por el zumbido de la lámpara fluorescente. Mateo se recostó en la silla, con el celular todavía en la mano, repasando en su mente las palabras de Ernesto: “Escríbele desde el alma, sin excusas, acepta toda la culpa.”
Lo había hecho. El mensaje estaba enviado. Pero el vacío en su bandeja de entrada lo atormentaba. Ni una respuesta, ni un simple visto. Solo silencio.
"¿Y si nunca me contesta? ¿Y si de verdad me odia?"
El nudo en el estómago se apretó con fuerza. No podía quedarse quieto. Necesitaba saber algo, cualquier cosa. Sin pensarlo demasiado, buscó un contacto en su lista: Zulema, la madre de Clara.
La llamada tardó en ser contestada. Finalmente, la voz de la señora sonó al otro lado, firme pero cansada.
—¿Mateo?
—Buenas noches, señora Zulema —dijo él, con un hilo de voz—. Perdón por molestarla a estas horas, pero… necesito saber de Clara. ¿Está bien? ¿Está con usted?
Hubo un silencio breve, denso, antes de la respuesta.
—C