El apartamento de Valeria estaba iluminado solo por una lámpara de pie en la esquina, que proyectaba sombras suaves sobre las paredes color marfil. La mujer se acomodó en el sofá, con una copa de vino blanco en la mano y el portátil abierto frente a ella. La pantalla iluminaba su rostro impecablemente maquillado, y al otro lado apareció la imagen de su amiga Sofía, sonriente, con un gesto curioso.
—¿Y bien? —preguntó Sofía, cruzando los brazos frente a la cámara—. Me dejaste intrigada con tu mensaje. Dijiste que habías conocido a alguien interesante.
Valeria sonrió con un brillo en los ojos que no mostraba en el bufete. Era una sonrisa distinta: coqueta, triunfal.
—No interesante, Sofi… perfecto.
—¿Perfecto? —repitió su amiga, arqueando una ceja con incredulidad—. ¿Desde cuándo alguien te parece perfecto?
Valeria bebió un sorbo de vino y se recostó en el sofá, como quien saborea un secreto delicioso antes de compartirlo.
—Desde que lo vi. Es alto, de porte elegante, siempre bien