El murmullo de los invitados se apagó como un suspiro colectivo cuando la música suave comenzó a llenar el jardín. El sol, ya inclinado hacia el horizonte, bañaba todo con tonos dorados, como si la propia tarde quisiera ser testigo de aquel instante.
Clara apareció al final del pasillo, tomada del brazo de su madre Zulema, quien avanzaba orgullosa, con lágrimas en los ojos. El vestido blanco de encaje se movía con cada paso como una ola ligera, y el ramo sencillo de flores parecía un reflejo de su alma: fuerte, pero delicada. Los invitados se pusieron de pie, y algunos no pudieron contener suspiros de emoción.
Mateo la observaba desde el altar, y en ese instante supo que toda su vida había sido un camino hacia ese momento. Su corazón latía con tanta fuerza que le temía romper el silencio solemne. Pero cuando los ojos de Clara se encontraron con los suyos, todo se calmó. Era ella. Su destino.
Cuando al fin estuvieron frente a frente, el oficiante pidió silencio para los votos. La b