El silencio de la casa de Clara contrastaba con el caos vivido apenas horas antes. La luz tenue del salón bañaba sus rostros mientras aún se sostenían en ese abrazo después del primer beso.
Mateo, con su herida recién curada, la miraba como si el dolor no existiera. Clara, con lágrimas secas en sus mejillas, volvió a acercarse. Sus labios se encontraron otra vez, esta vez con menos timidez y más hambre de todo lo que habían callado durante años.
El beso se volvió profundo, ardiente. Clara rodeó su cuello con los brazos, y Mateo, con las manos temblorosas, acarició su cintura, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo.
Por primera vez en mucho tiempo, Clara se permitió bajar las defensas. El miedo que solía paralizarla había sido reemplazado por una mezcla de adrenalina, alivio y un deseo que la sorprendía. Entre beso y beso, su voz salió entrecortada:
—No sabes cuánto soñé con sentirme así… sin cadenas.
Mateo la miró con intensidad, acariciando su mejilla.
—Y así será siemp