La noticia de la victoria resonó en todo el bufete como un trueno inesperado después de la tormenta. Habían ganado. Contra todo pronóstico, contra la traición, contra las filtraciones. Eran los elegidos para levantar el megaproyecto de Costa Verde.
Los pasillos se llenaron de un bullicio inusual: gritos de alegría, abrazos, aplausos que chocaban contra las paredes como si fuesen fuegos artificiales. No había cansancio, ni sueño, ni desvelo que pesara esa noche.
Clara se quedó inmóvil por unos segundos, asimilando la noticia. Luego miró a Mateo, y sus ojos se encontraron como si hubieran recorrido juntos un camino lleno de espinas y ahora pudieran ver, al fin, un claro en medio del bosque. Lo abrazó con fuerza.
—Lo logramos —susurró ella, y por primera vez en semanas, su voz no temblaba.
Mateo no pudo decir nada; solo besó su frente, cerrando los ojos con un alivio que le recorría todo el cuerpo.
Esa misma noche, Raúl y Ernesto llegaron al bufete cargando botellas de vino y champa