Pasaron tres días en una calma tensa. Rheon, fiel a su palabra, no convocó la reunión del Consejo. La victoria del festival había sido un trueno silencioso; sus ecos aún resonaban en la quietud antinatural que había caído sobre el clan, y en la notoria ausencia de Syrah de la vida pública.
En la tarde del tercer día, Rheon vino a verme. Su rostro era una máscara de solemne preocupación, pero sus ojos eran calculadores. Me di cuenta de que seguía dudando de mí.
—Has demostrado una gran fortaleza, Naira —dijo, su voz sonaba suave, pero escondía un matiz que me resultó inquietante—. Tu aplomo en el festival ha silenciado muchos susurros maliciosos. Por eso, he estado pensando. Mantenerte encerrada aquí podría ser perjudicial para tu sanación.
—Creo que es momento de que salgas de casa, compartas con la manada. Me acompañes a algunas reuniones. No te digo que vuelvas a los campos de entrenamiento, porque sé que todavía no es prudente que retomes esas labores, pero es bueno que nuestro pueb