Primeras impresiones

—Por andar hablando con su noviecita el muy idiota no se fijó, imbécil ¡ah, me duele mi colita!

—¿Por qué refunfuñas tanto, preciosa? —me pregunta uno de mis nuevos compañeros y yo me quedo en blanco ¿qué le decía? ¿que estaba molesta con el señor pesadilla de la calle Elm porque me lanzó por los aires por estar hablando con su noviecita por video llamada? Ash, demasiado larga la pregunta ¿no?

—Por nada en especial, un mal momento. A propósito soy Hanna, un gusto.

—Eso ya lo supe, lo escuché fuerte y claro cuando se lo dijiste al instructor y yo soy Daniel Somerson, tu mejor pesadilla —me guiña un ojo y ambos nos largamos a reír de su salida tan chistosa para dirigirnos al auditorio.

Cuando llegamos, el “pesadilla de la calle Elm” ya estaba frente al pulcro escritorio frente al pizarrón y ya todos habían ocupado los mejores puestos, por lo que solo quedaban algunos asientos adelante. Siempre me había gustado sentarme atrás, era mi forma de protesta al ser la cerebrito de la clase y así los profesores no me hacían tanta pregunta, pero a pesar de todo terminaban haciéndome la vida de cuadritos y siendo... la mejor de la clase.

Somerson se sentó a mi lado y empezamos a escuchar la primera clase del instructor, el capitán Henderson (el auto proclamado nuestra peor pesadilla). Nada del otro mundo, se notaba que el tipo sabía lo que decía y en cada palabra buscaba intimidarnos, pero yo no caería tan fácil en ese jueguito, porque lo que él no sabía es que tenía a los mejores granujas de la ciudad como parientes.

Sonreí al recordar como el tío Thomas (tonto decirle tío si es hermano de mis mejores amigos ¿no?) nos regañó a Mel y a mí esa vez que nos emborrachamos con tequila o la primera vez que Jex nos comenzó a dar clases de karate y caí como costal de papas al primer movimiento que hizo.

—¿Qué es tan gracioso, recluta? —me pregunta un tanto molesto el “señor pesadilla” y yo salgo de mi palacio mental, mientras Somerson se encoge en su silla augurando un mal presagio.

—Nada del otro mundo, señor. Solo que me pareció escucharle decir que se esperaba de nosotros como si fuéramos a fracasar de inmediato.

—Yo no dije eso, creo que está malinterpretando mis palabras—bufa un tanto molesto de lo que ya parecía, pero él fue el que preguntó ¿no?

—Pues, entonces estoy fallando en mis conjeturas, señor.

—¿Se cree sabedora de todas las respuestas?

—No de todas, sólo respondí a lo que usted me preguntó.

—¡Suficiente! —golpeó el escritorio con su puño apretado y nos hizo saltar a todos, pero yo y mi bocota no se podían quedar calladas.

—¡Por supuesto, señor! Ya fue suficiente, ahora ¿Qué viene?

Juro que después de decir eso me arrepentí de la verborrea que me gastaba, pero ya qué yo no era solo una cara bonita y tenía claro que iba a aprender a no a ser pasada a llevar por los prejuicios del “pesadilla” ese.

El señor pesadilla, me miró ofuscado, pero de la nada se dio media vuelta y comenzó con la primera clase teórica.

En el itinerario del día de hoy conoceríamos a los demás instructores y ya desde mañana se vendría lo bueno. Así fue que estuvimos todo el día de un lugar para otro recorriendo las instalaciones y conociendo a cada uno de los que harían de nuestra vida un infierno, porque de algo estaba segura, la pesadilla Henderson no sería el único bastión a superar.

—No puedo creer que le hayas hablado así a Henderson— me dice Ana, una rubia que le había estado coqueteando todo el maldito día a la pesadilla, pero que al parecer no le calentó ni por si acaso, pues cada vez que ella intervenía preguntando una estupidez él la rechazaba olímpicamente—. Eres una insolente.

—No sé a qué te refieres, yo solo respondí a su pregunta, si eso es ser insolente, pues déjame decirte que andar de arrastrada ante tus superiores el primer día si deja mucho que desear.

—No te lo permito—su mano alzada en posición de querer dejar mi hermosa mejilla roja como tomate maduro, fue sujetada por el pesadilla ambulante que no sé de donde m****a apareció y los ojos de esa pobre alma en desgracia se expandieron como platos.

—Actitudes como esta no se permiten en mi academia, jovencita.

—Pe… pero señor.

—Sea lo que sea que estaban discutiendo, este no es el lugar, las peleas de gatas son para la calle, aquí cada recluta es su hermano, su compañero, el que algún día puede salvarles la vida. Si no entienden eso, creo que se equivocaron de lugar.

—¡Sí, señor! — fue lo que atiné a decir y me di la media vuelta, tranquilamente, yo no era la del problema y si el señor pesadilla cree que eso me afecta está muy equivocado.

—Eso, estuvo extraño, pastelito de chocolate—me dice Somerson al oído y a mí me da un ataque de risa—. Oye, no sigas echándole bencina al fuego.

—Es que me dijiste pastelito de chocolate y me acordé de mi mamá.

—¿Y?

—Ella me dice mi dulce de tiramisú, es tan linda y creo que te pareces a ella— lo tomo por las mejillas y se las pellizco hasta que quedan rojitas, mientras él trata de zafarse. Llegamos frente a las señoras que nos sirven el almuerzo y yo como una buena niña pido doble ración de vegetales, después de mi cirugía debí aprender a comer de nuevo y cuidar mi alimentación. Además, ser hija de médicos y tener una familia demasiado grande, hacía que el comer fuera una experiencia casi como un ritual.

—Sentémonos aquí, pastelito.

—Deja de decirme así.

—Ya, come mejor, que tendremos una tarde ajetreada.

Terminamos la deliciosa comida que esas mujeres con tanto esmero prepararon, que cuando dejé mi bandeja las felicité por su excelente labor, cada uno se dirigió a sus literas y por indicaciones del asistente de la pesadilla andante me cambié al buzo de ejercicio de la academia.

—Me veo perfecta—digo mirándome al pequeño espejo que tengo en mi mesa de noche, tomé mis rizos en un moño alto y salí rumbo al gimnasio.

El ambiente ahí dentro era de esos que te provocan escalofríos, por un lado las mujeres haciéndose las damiselas en apuros y por el otro los machos recios, que reverberan en testosterona mostrando sus torsos esculpidos por los mismísimos dioses del Olimpo y en el centro él, mi pesadilla personal, con una camiseta musculosa y sus pantalones de entrenamiento y juro que o eran una talla menor o definitivamente los hacía apegados a su cuerpo y se le notaba el paque...

—Está más bueno que el pan— dice Somerson mordiéndose el labio inferior.

—Yo creo que pueden ser esteroides, no puedo imaginar que se mantenga tan... tan...—hago movimientos con mis manos para tratar de explicarme y Sorenson se ríe de mí, pero me responde.

—No lo creo, ese cuerpecito se ve bastante natural. No te creo.

—Te doy los hechos y tú me dices si tengo la razón o en qué me puedo equivocar—Cuando voy a exponerle mis apreciaciones a mi nuevo amigo, el señor pesadilla me interrumpe.

—Reúnanse en un círculo en el centro—nos grita como si fuéramos niñitos de párvulos y todos corrimos a ubicarnos— El oficial Davis y la oficial Conrad serán sus bastiones a seguir, es simple, divídanse en dos equipos y el equipo que gane tendrá el privilegio de ser servido en la cena.

—¿Y el otro equipo señor? —pregunta la rubia de Ana, batiendo sus pestañas para hacerse la interesante.

—Pues les toca la cocina, así que ¡Divídanse!

—Ese hombre da miedo.

—Vamos, miedosito, a ver en qué equipo quedamos.

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