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Nueva vida, nuevos reclutas

—Señor, ya están aquí los nuevos reclutas.

¿Cómo era que mi vida había cambiado tanto en cinco años? ni yo mismo tenía idea, pero después del atentado y la muerte de mi hermano, de mi jefe y de mi mejor amigo las cosas no habían sido de lo mejor.

Ese día se había quedado en mi mente y en mi cuerpo marcado a fuego y cada noche me preguntaba por qué yo sobreviví.

Toqué la cicatriz que me demostraba que estaba vivo y sentí ese maldito cosquilleo en mi pecho, negué con mi cabeza, arreglé mi camisa, acomodé mi corbata y respiré hondo.

«Otro año más...»

—Has que todos se formen en el patio exterior.

—Si señor.

Davis era mi mano derecha, en la academia, un buen segundo al mando, igual que Travis.

Aquí fue donde me vine a esconder de mis demonios y de mi familia, lo sentía por Jacky, mamá y mi sobrino, pero yo había hecho un juramento y nunca estaría de acuerdo con los ideales de mi padre y tampoco con esa empresa. Fue así que una vez que me dieron de alta en el hospital, pedí mi cambio desde la unidad antibombas a la academia y me dediqué a enseñar.

Era una forma de honrar la memoria de aquellos que partieron ese fatídico día y de expiar mis culpas, por algo la vida me había dejado aquí y aunque aún renegaba con ella, no había de otra.

Caminé por los pasillos de mi santuario y me dirigí al patio, esperaba que este año llegaran buenos elementos, no es que las anteriores generaciones fueran malas, no, no era eso. Es que todos venían por lo mismo, un futuro y una buena paga.

Me paré frente al variopinto grupo de jóvenes y carraspeé.

—Buenos días, reclutas. Soy Benedict Henderson su instructor y ahora su peor pesadilla.

Las caras de la mayoría fueron de terror y eso me gustaba, que no esperaran que esto seria la panacea era mi primer objetivo, así podía saber quiénes tenían la pasta para policía y quiénes no, pero solo uno, o más bien dicho una sonrió ante mis palabras.

Era casi una niña y no se veía con cara de ser policía, estaba vestida con ropa de marca y hasta su maleta gritaba dinero.

Otra que durará menos que un paquete de palomitas, si viene a buscar esposo se equivocó de lugar… “

Continué con mi discurso de bienvenida, mientras me paseaba frente a ellos, de reojo miraba a la chica, es que estaba tan fuera de lugar que no entendía qué hacía aquí, pero al parecer ella notó la insistencia de mi mirada, pues de la nada, comenzó a seguirme con la suya como si me estuviera analizando.

Me detuve frente a ella y le hablé…

—¿Quedó todo claro señorita?—frunzo el ceño y la miro directamente a los ojos.

—Como el agua, Capitán Henderson—Sonrisa de vendedora de dentífrico ¿cree que no las conozco?.

—Entonces ¿Me lo podría repetir? —quería probarla, lo más probable es que no me estuviera prestando atención y solo me miraba como un trozo de carne que desgustar, mientras me hacía ojitos. Me las conocía por libro.

—Oh, claro, por supuesto, señor— me sonríe como si se tratara del gato de Cheshire y carraspea, definitivamente la he descubierto—. El horario de inicio es a las seis am listos frente a nuestras literas para la inspección, la alarma nos ordena estar despiertos a las cinco treinta. Nuestras habitaciones ya están designadas en el ala este del edificio Nolan y las clase comienzan a las siete treinta en el gran salón, nuestro horario de estudio se encuentra en cada uno de nuestros escritorios —hace un pequeño silencio y continúa —¡Ah! y la hora de almorzar es a las doce treinta.

Escuché las risitas de algunos mientras me miraban y les devolví la mirada al grupito que calló de inmediato los murmullos.

—Veo que estaba atenta, señorita…— le hago un ademán con mi mano, mientras ella me mira con una ceja alzada y se recompone para responder.

—Recluta Cicarelli, Hanna Cicarelli, señor.

¿Por qué su apellido me parecía conocido? Necesitaba investigarla, ella tenía algo…

—Todos, retírense— volví a mi postura no me podía comportar como un idiota frente a los reclutas y ya ella me había dejado como tal— en media hora los espero en el auditorio.

—Sí, señor— Dijeron todos al mismo tiempo y se dispersaron.

—Creo que este año será interesante.

—Eso parece Davis, eso parece.

—Voy a preparar las cosas en el salón.

—Necesito los expedientes de todos en mi escritorio.

—Sí, Capitán.

Caminamos hacia la entrada de la academia cuándo mi teléfono sonó y mi expresión seria de siempre cambió de inmediato al ver quién me hacía una videollamaba.

—¿Qué hiciste ahora, Henderson?

—Nada, lo juro tiito bello, sabes que soy un niño bueno.

—Pues que me estés llamando a esta hora quiere decir que algo has hecho y no me mientas Daniel Henderson.

Mi sobrino, el hijo que mi hermano nunca supo que venía en camino era la luz de mis ojos, Jacky casi lo pierde después de la muerte de mi hermano, pero mi madre estuvo con ella en el proceso de su embarazo, la cuidó como a su propia hija y a los seis meses de la muerte de mi hermano, llegó ese pequeño diablillo. Era tan pequeño y frágil que estuvo en incubadora hasta que cumplió con el peso y la estatura. No entendía por qué la vida le había dado esas pruebas tan duras a mi cuñada, pero ella se mantenía estoica.

Aunque, a veces, la vi llorar junto a su incubadora, se limpiaba las lágrimas y volvía a sonreír, para estar por y para él.

Un día no aguanté y se lo pregunté.

¿Por qué? ¿cómo puedes estar de pie después de todo esto?

—Porque mi Daniel así lo habría querido, Ben. No puedo flaquear, Mi chiquito solo me tiene a mí y aunque a veces quisiera irme con su padre, nuestro hijo es lo que me mantiene con vida. Solo me basta una pequeña sonrisa de mi diablillo para volver a creer en lo hermosa que es la vida…

—No es justo que me conozcas tanto, tío Ben—me reclama y saca de mis pensamientos ese diablillo—, pero te llamo porque quiero saber si ya llegó la “carne fresca “.

¡Daniel, deja a tu tío en paz!

Escucho a mi cuñada a lo lejos y largo una risotada, es que Daniel era así, le gustaba saber de mis nuevos reclutas y hacía sus apuestas con Davis y algunos de los otros instructores para ver cuántos aguantaban el entrenamiento o mejor dicho a mí.

—Pues sí, ya están aquí y creo que este año habrá sorpresas

—¿Y hay alguna recluta bonita?—claro que sí, pero eso no se lo iba a decir.

—¡Daniel!—lo regañamos ambos y Jacky le quitó el teléfono.

—Discúlpalo, pero está desde las cinco de la mañana despierto esperando para llamarte.

—No te preocupes, ¿Cómo está todo por allá?

—Todo bien, sin novedad en el frente. ¿Cuándo vendrás?

—Difícil que viaje, ya sabes.

—Deberías venir, tu mamá te extraña.

—No es el momento.

—Algún día lo será y lo sabes.

—Jacky, te tengo que dejar.

—Aunque huyas, sabes que te queremos.

—Lo sé y yo a ustedes.

—Te tengo noticias...

Por estar viendo la pantalla y caminando a la vez choqué con algo, que gritó al impactar el suelo con su trasero.

—¡A la verga!

—¿Qué pasó Ben?

—Nada, Jacky, hablamos después. Dale un beso a mi pequeño diablillo de mi parte.

La chica de ojos olivo y sonrisa perfecta me mira desde el suelo sobándose, atino a colgar la llamada y le extiendo mi mano para ayudarla.

—¿Estás bien?

—Sí, lo estoy —al tomar su mano juro que sentí como si un millón de fuegos artificiales explotaran en mi cuerpo, la levanté como si fuera una pluma y quedamos frente a frente, olía a cereza y algo más que no sabía describir—¿Me suelta, señor?

—Perdón, estaba distraído y no te vi.

—Me imagino, con permiso.

¿Qué había pasado aquí? ¿se había molestado? Pero si le ofrecí disculpas por haber chocado con ella.

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