Los nervios me estaban aniquilando mientras cerraba la llave. En esos momentos deseaba haber aprendido suficientes habilidades de plomería o que, al menos, alguna de mis reencarnaciones lo hubiera sido. Mordía mi labio, intentando pensar qué hacer.

¿Provocar un incendio en la casa?

No, eso sería una locura… y un crimen.

¿Fingir que me morí?

Podría ser, pero Brian me invocaría con una ouija para que le entregara los documentos del martes siguiente.

En ese momento hice lo que cualquier mujer del siglo XXI haría en plena crisis: buscarlo en Google.

Seguí las indicaciones del video para ver si lo encontraba. Y ahí estaba. El condenado anillo. Mirándome. Burlándose de mi miseria. Decían que podía sacarse con un gancho, así que me lancé a buscar algo en el baño como si mi vida dependiera de ello, hasta que lo encontré: el gancho de ropa que sostenía una toalla. Quité la toalla, doblé el gancho en forma de gancho real y, con una moneda, retiré la rejilla.

¿Cómo?

Mis habilidades como secretar