33. Otra vez
El momento era perfecto. Como sacado de una de esas películas que nunca terminan mal. Estábamos de pie, aún demasiado cerca, con sus dedos entrelazados con los míos como si nuestras manos ya hubiesen decidido por nosotros. El aire estaba en silencio. Todo era tan nuestro, tan privado, tan íntimo… que, por supuesto, alguien tenía que arruinarlo.
La puerta se abrió sin previo aviso.
Otra vez.
El taconeo fue la primera alerta.
El perfume… ese perfume que me hacía pensar en serpientes disfrazadas de porcelana cara, fue la segunda.
Y ahí estaba.
Victoria.
Vestida con un traje blanco entallado, perfectamente planchado, con labios tan rojos que parecía haberlos pintado con rabia. Su bolso colgaba de su antebrazo como una declaración de superioridad, y su expresión… su expresión era una obra maestra del desprecio.
—Qué romántico. —Su voz se deslizó por la habitación como veneno dulce—. Me encanta ver cómo mi prometido se entretiene en horas laborales.
Brian no se soltó de mi mano.
No.
Al cont