29. Bailando entre estrellas

El sábado me dormí con una sola cosa en mente.

Brian.

¿Por qué?

No lo sé.

En la mañana, me pasé revisando mi correo electrónico como una tonta enamorada, esperando algún mensaje suyo. Lo que fuera. Algo que dijera que quería que trabajáramos toda la tarde, o que necesitaba ayuda, o que me echaba de menos, o… lo que sea.

Pero no hubo nada.

Quería tener una excusa para ir a su casa.

¿A limpiar?

«¿En serio, Laurent? ¿Desde cuándo tú?»

Fruncí el ceño al pensar en eso.

Yo odiaba limpiar casas ajenas.

Odiaba las aspiradoras. Odiaba las cosas fuera de lugar.

Pero con él… con él quería hacer hasta lo que juré jamás hacer.

Le escribí para ver si podía ir, y su respuesta fue tan seca que dolía:

“No es necesario. Aprovecha tu tarde libre.”

Y entre emociones hechas revoltijo —ansiedad, emoción, duda, estupidez— me mantuve vagando de un lado a otro como una tormenta que no sabía dónde llover.

Sin poder evitarlo, terminé metida en una tienda de ropa. Una de esas que tienen probadores con cortinas g
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